El viernes pasado mi abuela habría cumplido 99 años y mi madre me envió esta foto de ella. Me pareció especialmente bonita, un momento que nunca hasta entonces sabía que había existido y que, en cambio, había sido merecedor no solo de una sonrisa de mi abuela, sino también de una foto, algo poco común en aquel entonces.
Esta foto borrosa me resultó de lo más evocadora. Su misma falta de detalles me llevó a revivir momentos mucho más nítidos, abrió muchas más compuertas en mi memoria que una foto ¨correcta¨ y bien enfocada. Me llevó a cuestionar lo que prima hoy en fotografía, ahora que las cámaras compiten por ver cuál enfoca con más precisión, por dar una imagen más definida.
Parte de la culpa también es nuestra. Cómo fotógrafa, muchas veces dejo fuera las imágenes ¨blandas¨ por miedo a que puedan poner en entredicho la calidad de mi trabajo, pero en realidad son mis favoritas de la sesión. Imágenes que sugieren, pero que no muestran. Dicho así suena especialmente bonito, y realmente es así de bello.
Esta foto también me recordó el valor del poder tenerla en mis manos; antes no había otra opción más que tenerlas físicamente. Ahora no podemos elegir, tenemos demasiadas, y al mismo tiempo, ninguna. Hay algo mágico en poder coger una caja y ver toda una vida entera en unas cuantas fotos. Momentos significativos, momentos cualquiera, da igual, al fin y al cabo, momentos que conforman nuestras vidas y que algún día serán los únicos recuerdos para los que vengan detrás nuestro.
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